domingo, 18 de abril de 2010

Desde la zona luminosa del corazón (Recordando a Atilio Storey Richardson)

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El anonimato provoca olvido, y la literatura esta repleta de estos casos.
Son las obras de estos escritores quienes afloran para traerlos al recuerdo nuevamente, rompiendo el circulo que innecesariamente los ha llevado al rincón del desván de las letras.
Atilio Storey es uno de esos casos que frecuentan las paginas de este arte.
Durante 54 años que transitó el camino de la vida estuvo preso entre esa dualidad existencial que lo acompañó a partir del nacimiento, desde donde surgieron visiones infinitas que fueron creando un mundo personal, y a la vez general, del entorno del cual fue extrayendo emociones positivas y negativas, deseos y frustraciones que conformaron los linderos de su pensamiento, de su legado como hombre, padre, hijo y esposo, donde fue quemando la flama de los sentimientos, compartiéndolos con su pasión por las letras.
Nació en Maracaibo en el año 1937 y desde muy pequeño estimulado por su abuela Elvira se puso en contacto con la literatura y el arte.
Lector consumado desde que las palabras para él tuvieron significado, este hijo de América y Enrique Storey, no se conformó con la pasividad y durante siete años estudió violín con Emil Friedman formando parte de la primera orquesta sinfónica que tuvo el Zulia, dirigida por su profesor.
Su inconformidad no solo estuvo plasmada en algún escrito sino también en su ideología demócrata que lo llevó a formar parte del partido Acción Democrática, por lo que estuvo preso en varias ocasiones durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez.
Su pluma siempre marchó al compás de los vaivenes desde la pubertad, ya que el dominio de las expresiones pareció conformar la estructura de sus células, aunque estos trabajos terminaran guardados en algún cajón o gaveta de sus pertenencias, porque así como la exacerbación de sus ideas fueron un norte en sus creaciones también su auto anonimia estuvo latiendo al mismo ritmo que la sangre corría por sus venas.
En 1958 propuso la creación de una Facultad de Humanidades al Dr. Borjas Romero, rector de la Universidad del Zulia y fue becado entonces para estudiar humanidades en Francia en donde obtuvo el Certificado de Estudios Literarios Generales en La Sobona, en esa época para culminar sus estudios tuvo que trabajar como cantante de música latinoamericana en una boite de Paris acompañado en la guitarra por el maestro Jesús Soto.
En 1965 obtuvo el titulo de Licenciado en letras en la Universidad de los Andes (ULA).
Siempre fue un innovador, un inquieto vanguardista que fue explorando los caminos en una búsqueda constante de actualidad. Fue uno de los pilares del grupo “Apocalipsis” conformado también por Hesnor Rivera, Cesar David Rincón, Néstor Leal y Laurencio Sánchez entre otros, también resultó el menos promocionado ocasionado por la misma bohemia y deseos del escritor.
Atilio siempre estuvo pendulando en el hilo de la expresión como parte de momentos, pero no de conjuntos que delinearan estos como un todo general que tendría que ser compilado como obras que los englobaran. Sus escritos fueron siempre sueltos, poesía que relataba una emoción y que se enlazaba con las otras por la diversidad de esos estados de ánimos, libres como el pensamiento, pero no atados a la consecución de un fin conjunto.
Siempre fue reacio a encasillar sus escritos bajo una normativa que dieran titulo a un grupo de ellos, por tal razón, estos quedaron inéditos en su mayoría, solo un libro que recoge algunas de sus poesías fue publicado por la Asociación de escritores de Venezuela, Seccional Zulia y el Conac, cuyo titulo es “Vino para el Festín.
Y fue esto un acontecimiento tan extraordinario que su amigo de la niñez Alfredo Añez Medina, escribió en la revista “Puerta de Agua” un articulo desde donde rescato estas frases.
“Así nos sobrecoge de júbilo en esta noche el poder centrar nuestra atención y nuestra mal contenida alegría en la realidad ya consumada y objetiva de la aparición del libro inicial de nuestro amigo y colega de tantos años, el poeta Atilio Storey Richardson, quien se ha decidido, no sé cómo o por cuál arte de su propia magia poética, a ofrecernos, por fin, a través de la iluminación de la letra impresa, el formidable y sereno vino para el festín que contienen cada pagina de su libro, desde este momento en las manos de todos como un iluminado pez de oro que devoró su sombra que se nos escapa”

Esta ocasión ocurrió en octubre de 1988, cuando ya Atilio contaba 51 años y una carrera extensa en el campo cultural y humanístico y en su carrera de periodista, donde entre otros trabajos se destaca el que efectuó en el periodo 1956-58 en el diario Panorama en una columna denominada “Ver, Oír y Callar” donde firmaba con el seudónimo de Pablo Morel.
Su poesía lírica, vanguardista, en ocasiones surrealista giró en torno a fragmentos de tiempos vividos, a esa búsqueda constante para unir la subjetividad de dos mundos distantes que vibraban como cuerdas de arpa en su corazón, a la búsqueda de una simbiosis que pudiera expresar los vacíos frecuentes donde caen las intenciones que se dirigen hacia la cotidianidad teniendo aires de fantasías.
Vivió en carne propia el halago y el desprecio, navegó contracorriente entre un sistema político-social signado por la traición y los cambios de rumbos que hicieron un vendaval de una simple brisa.
Fue un entregado a esa pasión que heredó a sus hijos, un quijote entre molinos de vientos inventados por el medio que lo cobijó y olvidó, dejando a un lado los aportes ricos e infinitos que legó en acciones concretas, donde fue un guerrero temerario que logró cruzar los limites de la indolencia y la mediocridad que se vivía para entonces, dándole a la poesía un lugar justo y preponderante, apartada de oficios callejeros donde perdía vigencia.
Nunca quiso para sí los meritos que mereció y tal vez ese abuso de buena intención le ha negado los que se merece.
En lo personal conozco esos mares donde tuvo que navegar Atilio y me quedo sorprendido en no ver sus poesías en ninguna antología de poesía venezolana, incluso en el Diccionario general de Autores de la Literatura Venezolana, editado por la ULA en 1974, su casa de estudios, no aparece.
Entiendo que la riqueza cultural del país es infinita, pero las memorias de quienes han vivido en lucha constante por un lugar de la cultura venezolana debe ser inviolable.
Atilio vivió una vida para las letras como muy pocos, fue un enviado de ese mundo pintoresco de la irrealidad que transitó entre las calles de las realidades desnudas y prefirió pasar inadvertido a ser comparsa de los que gritan sin razones para hacerlo.
En “Testimonio del viento” lo dice de esta manera.
Cavo lentas señales,/ recojo estas monedas./ Ruedan crueles los días./ Toco y nadie responde./ No hubo el grito que siempre acompaña/ la tristeza de las bestias errantes.
En “Memoria de Paris” de esta otra.
Resucito/ renazco,/ desentierro del polvo esta voz apagada,/ este grito que hierve bajo la estrella/ más excelsa del cielo,/ bajo la densidad de este júbilo/ en el día más glorioso de octubre.
El primero lo escribe en Paris, el segundo en Maracaibo, como intercambiando lugares teniendo una misma visión del sentimiento.
Su filosofía estuvo mezclada entre el occidentalismo donde nació y las ideas abstractas de la literatura oriental, por eso en los años 70 estuvo afiliado a un grupo de estudio de las ideas de Gurdjeff donde sus lecturas predilectas fueron: El Eclesiastés, Los Rubáiyát, las Máximas de Epicteto, Los Cuatro Libros Clásicos de Confucio y los tratados morales de Baltasar Gracián entre otros, asi como tambien en contrapartida es asiduo lector de los clásicos del erotismo hindu tambien El Bhaganad Gita.
Fue Atilio un hombre de una intelectualidad vasta y profunda, un poeta con una formación humanística y literaria extraordinaria, con una cultura existencial que recorría los caminos de las letras, la música, la política y el periodismo como una aventura coloquial natural.
Jorge Luis Mena en su critica al libro “Vino para el Festín” nos escribe esto.

“Es grande, pues, como se ve, el contentamiento del poeta, su voluntad de unión con las cosas de la naturaleza, el reconocimiento de nuestro parentesco con la tierra, la concepción del cuerpo de la amada como el instrumento de comunión con lo trascendente, con el gran espíritu de la creación….”

Cansado de trajinar quizás los caminos de la incertidumbre o hastiado de navegar los mismos mares sin conseguir la isla donde anclar su barco, cuando su brillantez intelectual era apenas una luz que nacía a la mañana, decidió cortar el cordón umbilical que lo ataba a la vida y entre el fuego, que le inspiró versos, abandonó el mundo terrenal en 1991.
Todavía su voz retumba reclamando el lugar que se ganó a fuerza de estudio, trabajo y lucha.
Se apago su voz, dejó su pluma de fabricar imágenes que buscaban explicar con palabras las profundidades de la sensibilidad que le embargaba, pero siguen sus versos, como saetas aladas inmortales, llevándonos un trozo de ese mundo inédito que quiso compartir, tal como lo escribió en la dedicatoria de su libro, desde la zona luminosa del corazón.

Cierro con un poema escrito como homenaje hacia él.


Purificó su cuerpo
en el fuego sagrado,
buscando los caminos
donde los mundos creados
pudieran ser el limite
más cercano a sus deseos

Dejó su alma llena de poesía,
extendiendo su mano
al abstracto rostro del jubilo,
olvidando los iracundos
golpes de la suerte,
que sus velas rompieron.

Y se fue callando voces,
dejando a un lado versos
que germinaban gritando
las cadenas que ataban
al corazón con los latidos
donde respiraba su llanto.